
Nació en Condoto, Chocó (el 28 de febrero1922), y murió en Cali (Valle) el 8 de febrero de 1997 a las 6:30 de la tarde. Se casa en Quibdó con la maestra Doña Alba Paz con quien tiene dos hijas: Alba y Carmen Salazar Paz. Posteriormente se separa de la maestra Alba y toma rumbo hacia Quito Ecuador donde se conoce con la riobambeña Rosa Amelia Idrobo Cajas, con quien se casa por lo civil en este país. De este matrimonio nacen los hijos Gladys, Hugo y Jorge Salazar Idrobo. Su última compañera: Nelly López, educadora compartió con él sus últimas creaciones literarias y permaneció hasta sus últimos momentos.
Hugo Salazar Valdés: realizó estudios literarios en Popayán. Vivió en ciudades del sur de Colombia, como Bogotá, Quito, Tulua, Buga y Cali. Pasó sus días entre los libros, "sustanciándome de su sabiduría", según sus palabras.
Se jubiló como docente, Fue
subdirector de la Biblioteca Nacional,
Director de Cultura Popular y de la revista del Teatro Colón (Jefe de extensión cultural del Ministerio de Educación)
La "Antología íntima", publicada por el Ministerio de Cultura en 2010, es un inventario literario realizado por el propio poeta, poco antes de su muerte. Es una revisión minuciosa y crítica desde sus primeros poemarios de finales de la década de los cuarenta, hasta los últimos de los años setenta. Si bien en sus inicios fue influido por el piedracielismo, pronto hizo un giro hacia el verso libre y el lenguaje rítmico y sincopado de la poesía afroamericana. Además de su pasión por "Don Quijote" y "las mil una noche" (compendio novelístico, sus autores favoritos fueron Luis de Góngora y Argote, César Vallejo y Nicolás Guillén. Su obra canta al mar, a la selva y a sus pobladores negros. Este mundo es su marca, tal como lo señala en el prólogo Fabio Martínez: "Mundo que lo distancia del centro para convertirse en un poeta excéntrico, que lo emparenta directamente con la poesía Afrodescendiente inaugurada en el continente americano por Candelario Obeso, Nicolás Guillén y Luis Palés Matos. Mundo que servirá de rito de pasaje entre la invisibilidad del negro y el universo de lo visible".
Cuando Hugo Salazar Valdés nace un día de febrero de 1922, en Condoto, departamento del Chocó, llovía. Alrededor de su madre, recién salida del parto, había sólo selva. Su infancia transcurre sin trascendencia como hijo de comerciante de pueblo. De un lado a otro del olvidado municipio corría con el aro o lanzaba trompo. Su padre tiene gusto por la lectura, mientras que su madre de temperamento despreocupado, no está atenta a lo que haga el muchacho. Él mismo dirá cuando habla sobre su vida, que "la Universidad me enseñó las luces del bachillerato que complementé con lecturas de poesía y otras de necesidades indispensables".
A medida que los años pasan, Salazar Valdés, para poder cubrir necesidades, sigue los pasos del padre y se dedica al comercio. Existe en él una mala disposición para las cuentas, para realizar arqueos y balances. Las sumas le salen mal cada vez que quiere contabilizar; los resultados de las ventas aparecen exiguos, y quiebra. El camino que le queda es la enseñanza. Cuando entra a dictar clases tiene que vérsales con él mismo, pues no tiene en su temperamento el orden y la disciplina, por lo que tiene que renunciar a este nuevo oficio.
Escribe y a medida que lo hace, siente que se halla entre la muerte y la blasfemia.
Viene una etapa de vagabundo en que los golpes de la vida son duros. La lluvia y el sol caen inclementes sobre su cuerpo. Los amaneceres lo sorprenden en los parques que no tienen camino. Son cinco años de deambular sin sentido en los que decide ir de pueblo en pueblo para dar a conocer, por voz propia, sus poemas. Declama en cualquier lugar "Baile negro" y el Romance de la negra María Teresa" y recibe aplausos de los improvisados asistentes. Su marcha no se detiene: "Un vez -cuenta el poeta trashumante -, al sur del Ecuador, tierra que amo entrañablemente y a la que estoy ligado por emoción e inteligencia, recité sin comer. Aún resuenan en mis oídos las palmas inolvidables por el éxito alcanzado".
En 1948, a los 22 años de edad, trabaja en Popayán en el periódico que orienta Jaime Paredes Pardo. Llega por entonces a la ciudad el poeta Rafael Maya. Los jóvenes deciden visitar al maestro. "Con él -dice Salazar- daba la sensación de estar hablando con un fraile franciscano." Se hace alumno de Rafael Maya. De este contacto lírico establece una sentencia de peso. Comenta como Maya tuvo que abandonar Popayán, "porque no resistía el influjo de Valencia". Era como si la sombra del poeta de mayor publicidad y nombre tapara al que hasta ahora surgía.
Para su subsistencia insiste en continuar con el programa que desde años atrás se ha trazado: Permanecer ante el asedio de la penuria con la declamación de sus poemas. A medida que hacía la convocatoria de sus recitales, encontraba que no había público dispuesto a asistir. Eran tiempos difíciles para el arte y más como para que una docena de personas se reunieran a escuchar poesía. Ante la ausencia de oyentes, viaja al Valle del Cauca, departamento vecino en busca de público. La llegada a Tuluá, después de un sinnúmero de aventuras y sin dinero, fue azarosa. Por primera vez tiene miedo. La situación de inasistencia es igual. Nadie se asoma al recinto escogido a escuchar poesía. Le preocupa la inactividad, ese estado de inercia que le impedía lograr algo para su sustento material y espiritual. Decide ofrecerle de modo gratuito el recital a los socios del más importante club social de la ciudad. La gente asiste después de superar un pesado letargo, de dejar atrás una henchida pereza. La sala se llena. Comienza su voz a ofrecer las imágenes poéticas y el público, antes renuentes, queda entusiasmado. El éxito estaba de nuevo delante suyo. Ofrece al público una bandeja para que deposite en ella una contribución, más no una limosna. Advierte que se negará a recibir menos de tres pesos. Todos se meten la mano al bolsillo y ofrecen agradecidos su canon al poeta. Recuerda como de la multitud se levanta el Tesorero Municipal, con un billete de diez pesos, lo que pone en alto el éxito de la colecta.
En 1953 llega a Bogotá. El maestro Rafael Maya se encuentra en la capital. Gracias a él consigue que lo encarguen de la revista del Teatro Colón. Durante un año su trabajo consiste en registrar el acontecer artístico que se presentaba en su escenario. Apartes tomado de Biblioteca Virtual Banrepublica y de información suministrada por uno de sus hijos: H. Salazar